lunes, enero 15, 2007

PINGÜINOS 007

El pasado fin de semana, decidimos tras una propuesta osada, con el consiguiente "a que no hay güevos" lo que indefectiblemente provoca una respuesta afirmativa de tu contertulio a cualquier estupidez que propongas, descubrir lo que algunos llaman la mayor concentración invernal, osease, que nos fuimos a Pinguinos. Con un par.
Así que quedamos el sabado a las 11 de la mañana, y pertrechados de una linterna, dos camisetas personalizadas para el evento en cuestión, dos vasos de chupito y una botella de ron añejo, salimos dirección a Boecillo.
La primera parada era ineludible, en el decatlon de Majadahonda, para tras largas deliberaciones adquirir una tienda de campaña y dos sacos de dormir.
Sobra decir que la ultima vez que habiamos ido de camping, las tiendas eran "canadienses" y los sacos de "momia".
Despues de sujetar con pulpos todas nuestras compras, ya mas confiados, seguimos nuestra particular ruta en un dia soleado de invierno, que nos llevaría por el puerto de Navacerrada, hasta Cuellar, y de allí a Boecillo.
La siguiente parada fue para intentar comer, en Cuellar, tarea que aunque parece facil se nos complicó, como suele ser habitual.
Tras dar siete vueltas al pueblo, lo que provocó que los lugareños pensasen que eramos los angeles del infireno que ibamos a violar a sus hijas, descubrimos el único restaurante asador, en el que tras aparcar nuestras monturas en una acera con bordillos de vertigo, con evidente peligro para los bajos (los de las motos, no los nuestros) nos dijeron que era un restaurante solo para no fumadores.
Como no era el caso, y nuestra dignidad está por encima del hambre, decidimos negarnos a comer en un sitio que te puedes comer un cochinillo, con su correspondiente aporte de colesterol pero no fumarte un pitillo que ayuda a hacer la digestión, y nos trasladamos a un bar de la zona.
Tras los obligados botellines de mahou, descubrimos que sí, tambien en un pueblo perdido de Segovia han subido los precios, ya que nos calcaron 1,20 por cada botijo. Vamos ni en la Plaza Mayor de Madrid. Eso si, nos dieron torreznos frios de tapa, que introducimos en nuestras bocas, y tras intentar masticarlos durante al menos dos minutos, aquello no se deshacia, por lo que alguien los debió encontrar en un cenicero del bar, ya en forma de bolo alimenticio, esto es, chupaos y con forma más o menos esferica.
Con ese espiritu que nos impregna en nuestras aventuras motoristicas, decidimos seguir para alante y comer algo más tarde. Luego se demostraria que no iba a se así, ya que no comimos.
A eso de las 16 pm llegamos a la ya conocida area de acampada del pinarón, donde habia una cola de algo así como 200 personas esperando para inscribirse y de quinientos tios en moto intentando entrar por una puerta de dos metros de ancho.
Optamos por entrar en el campamento para luego inscribirnos con el consiguiente riesgo de ser interceptados por un portero, pero estaban tan desbordados que allí entrabas y no te miraban ni de reojo.
Para los que no lo conozcais, el Pinaron es un pinar vallado, en el que algun descerebrado construyó un edificio de cinco plantas para un hotel o un hospital, pero por lo que sea no se terminó la construcción.
Ya dentro del campamento, sin darnos cuenta, nos salimos del area de acampada, pero decidimos montar allí nuestro igloo.
Eramos los últimos en sentido estricto, pero no nos importaba, así que nos pusimos al tajo y descubrimos que montar una tienda de campaña de las de ahora está chupado. Y es que la ciencia adelanta que es una barbaridad.
Como no podia ser de otra manera nuestra siguiente parada fue en el chiringito. Dos litros de cerveza nos harian ver con mejores ojos lo que debía ser la recogida de madera para encender nuestra típica hoguera pinguina.
Dicen que la leña la ponen ellos, pero es mentira. Así, despues de una hora recorriendo leña por los alrededores del pinar, recogimos madera, para al menos una hora de fuego. No estaba mal. Nuestros vecinos, que no se les veia por ningun lado, tenian como cincuenta veces más leña que nosostros, y evidentemente la envidia, y por que no decirlo, la amistad con lo ajeno nos corroian las entrañas. Ante tal circunstacia solo cabia una elección: Ir a por otros dos litros de cerveza.
Aprovechando el paseo nos acercamos a ver si nos inscribian, pero la cola habia aumentado, y por los efectos malvados del alcohol, que ya empezaba a fluir entre nuestras venas, decidimos pasar de apuntarnos y ser pinguinos colaos, con residencia en el Off Off del pinarón. Vamos, lo que ahora se llama ser alternativo.
Despues de tomar tan ardua decisión, con nuestra leñera "repleta" y sin posibilidad de escapatoria, por que ahora si vigilaban la entrada, decidimos completar nuestro equipamiento y nos dirigimos a un chiringito no controlado por la organización para abastecernos de birras, y de paso zampar algo por que eran como las cinco y seguiamos sin comer.
El chiringito, que a tenor de la vitola de los responsables, paracia un proyecto de rehabilitación de proyecto hombre, dispensaba lo que queriamos, latas de mahou clásica, la cereza adorada por los madrileños de pro y bocatas de salchichas.
Tras una ardua negociación, ya que no teniamos nada que hacer en las proximas 17 horas, conseguimos un descuento de 8 euros, por la compra de 24 latas de cerveza. Algo es algo. Las transportamos al campamento y pudimos comprobar orgullosos, que aquello ya se parecía a un hogar.
Sin embargo, el tema de la leña nos preocupaba, pero de forma inmediata apareció la solución, uno de los vecinos, que seguia buscando leña, llegó con una rama que ella sola igualaba todas nuestras reservas. Era el momento de romper el hielo, así que manos a la obra, un chupito de ron para el vecino maderero, y se inicia la charleta.
A eso de los cinco minutos aparece el colega del vecino, Juanito y Fran se llaman, y entre chupitos, nos comenta que han descubierto un tronco bastante grande aunque entre ellos dos solos no han podido llevarlo hasta el campamento, pero que creen que entre los cuatro lo conseguiriamos. Era la prueba de fuego, y nunca mejor dicho, para abubilarnos a su hoguera, que con la captura del tronco, pasaría a ser tambien nuestra hoguera.
Lo que decian tronco era un tocon que debia pesar como trescientos kilos y que nos costó una hora transportarlo hasta el campamento, aunque en vez de transportarlo, debería decir arrastrarlo, en tramos de 25 en 25 metros, ya que pesaba como un puto cadaver, pero de ballena azul.
A mitad de camino pasó un tipo con un quad arrastrando otro tronco con una cincha de remolque, el que de acuerdo con los principios de los pinguinos, debería echarnos una mano.
Pero con la mano lo único que hizo fue saludarnos y descojonandose de nuestra tarea pesada. Pero el dios pinguino le castigó ya que a los 100 metros le gripó el quad, lo que dado nuestro estado de agotamiento, junto a las birras ingeridas y un par de petardos que nos rularon juanito y fran, provocó una carcajada colectiva bastante sonora, que se transformó en gritos de jubilo, y descojono brutal cuando empujando, le adelantamos, mientras esperaba recibir ayuda del club repsol.
Cual no sería nuestro descontrol y tan emociandos estabamos por nuestra proeza maderera, que nos pasamos unos cien metros del lugar donde estaba el campamento y tuvimos que retroceder, pero nada importaba, ese puto tronco iba a cambiar nuestra vida pinguina.
Teniamos bebida, y la hoguera mas bestia de los alrededores, con un par. Y ahora os preguntareis que coño se hace cuando has cumplido con tus expectativas y tienes todo lo que necesitas.
Pues está claro, Solo tienes una opción, beber, beber, beber y beber hasta que una tienda de campaña que en su interior roza los 5 bajo cero te parezca un lugar confortable.
Tras tres horas dedicados a esa agotadora actividad decidimos que era el momento de dar un rulo por el campamento. La verdad es que la gente es muy peculiar, ya que no se sabe por que desconocido motivo, intentan crear un entorno de confort, en un lugar donde dicho objetivo es imposible cumplir. Habia gente que tenian tienda de campaña con un avance-garaje para la moto, sillas de todos los tipos, equipos de música, cocinas, y los que mas nos impresionó, unos tipos asaban una pierna de vaca en una barbacoa con sitema de rotación eléctrico conectado a un generador.
A esas alturas, el alcohol ya hacia estargos y nuestro deambular por el recinto, era bastante sinuoso, por lo que decidimos volver a nuestra hoguera. El volumen de gilipolleces por minuto que soltamos es digno del guiness. A la hoguera se habian incorporado dos nuevos vecinos, Carlota y Manuel, que aportaron su granito de arena a la charla intrascendente, que indefectiblemente acababa en una gilipollez, y en una tremenda partidura de escroto.
Poco os puedo contar, por que de poco me acuerdo, solo deciros que tardé aproximadamente unos 10 minutos en conseguir entrar en el saco y que mi compinche, que fue mas sutil, utilizó la técnica del me desmayo en la tienda y cuando me despierto pelado de frio, ya andaré mas listo metiendome en el saco.
A eso de las once de la mañana, me desperté con la suerte de encontrar la última lata de mahou junto a la tienda, a la temperatura exacta. Pero no estuve listo, y al oir el sonido de la apertura, juanito y el otro tarao, aparecieron como auntenticos lobos a mendigar un trago, pero bueno, el espiritu pinguinero habia calado hondo y la campartimos de buen rollito.
Nos sentó tan bien, que el juanito, no se de donde, consiguió un pack de seis cervezas más, las que tras su ingesta, nos volvieron a colocar en el sitio que queriamos.
Fran habia desaparcido dentro de la tienda de campaña y desconocemos si se levantó, ya que nos fuimos a las 12 y seguia sin dar señales de vida. Tambien es cierto que es el que más aguantó. Le deseamos una pronta recuperación.
Antes de irnos, las conclusiones habituales, como siempre, somos los que encabezamos la lista de los más bebedores y no habiamos pasado tanto frio como se rumoreaba.
Pero la cruda realidad se iba a imponer. Una niebla de perros, una resaca de caballo y un hambre de lobos, nos iba a jugar una mala pasada y los primeros cien kilometros las pasamos putas. No era chatering, eran putos temblores.
Solo tras una reconfortasnte comida en Arevalo, con botellita de vino y sopa castellana, nos devolvieron a la vida, y los últimos kilometros, ya con sol, fueron una delicia. mas o menos.

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